martes, 6 de mayo de 2008


HOMILIA DEL CARD. JOSÉ SARAIVA MARTINS PREFECTO DELLA CONGREGAZIONE DELLE CAUSE DEI SANTI IN OCCASIONE DELLA BEATIFICAZIONE DELLA VEN. CANDELARIA DI S. JOSÉ CARACAS (27 APRILE 2008 - VI DI PASQUA)


1. Escuchando las palabras de Jesús en el Evangelio apenas proclamado, vienen a la mente las estupendas reflexiones de san Agustín, cuando afirma que, si desgraciadamente por culpa de un incendio fueran destruidos los cuatro evangelios y se salvase solo las palabras: "Dios es amor", la sustancia habría quedado intacta. ¿En qué religión el amor es todo, como en el cristianismo? La fe cristiana es un acto de amor como bien nos lo ha recordado Benedicto XVI, en su primera encíclica. El exordio del trozo evangélico de hoy es emblemático: "Jesús dice a sus discípulos: si me amáis, observaréis mis mandamientos". En aquel "si me amáis", está la síntesis del cristianismo.

Quien ama hace todo por amor, aún las cosas imposibles, sin que le pesen, porque observa la ley interior más exigente de cualquier disciplina externa. Y porque el lenguaje del amor no son las palabras sino la unión de aquel que ama con la persona amada, es que en los siete versículos del evangelio de éste domingo, Jesús habla siete veces de unión. En efecto, ser-en: expresa la palabra fascinante de la unión suprema y total: los discípulos están "en" Cristo y Cristo "esta en el" Padre.

2. La liturgia de la Iglesia, con sabia pedagogía nos está preparando a la gran solemnidad de Pentecostés. La primera lectura, tomada de los Hechos de los Apóstoles, nos presenta el Espíritu Santo recibido por la imposición de las manos de los Apóstoles. También el Evangelio, sobre el cual estamos meditando, habla del Espíritu Santo que los discípulos recibirán como Paráclito: que en griego significa a veces Consolador otras veces Defensor o ambas cosas. San Juan insiste en su evangelio sobre el título de Paráclito, ya que históricamente la Iglesia, después de la Pascua, ha tenido una experiencia viva y fuerte del Espíritu como consolador, defensor, aliado, en las dificultades internas y externas, en las persecuciones, en la vida de cada día. En los primeros siglos, cuando la Iglesia es perseguida, tiene la experiencia cuotidiana de procesos y condenas, es entonces cuando ve, en el Consolador, al abogado y al defensor divino contra sus acusadores humanos.

El Consolador, es experimentado, como aquel que asiste los mártires y que ante de los jueces, en los tribunales, pone en sus labios la palabra que ninguno es capaz de rebatir. Pasada la era de las persecuciones, el acento se traslada y el significado predominante es aquel de consolador en las tribulaciones y angustias de la vida. Al contemplar el Paráclito sentimos la fuerza de honrar e invocar el Espíritu Santo, y de hacernos nosotros mismos otros "paráclitos", "consoladores", pero en el pleno sentido de la palabra, según la medida divina. Si es verdad que el cristiano tiene que ser un alter Christus, otro Cristo, es también verdad que tiene que ser un alter Paraclitus, otro Consolador.

3. Ser consoladores - paráclitos, es una cualidad que en general han tenido todos los santos: como el Buen Samaritano se han ocupado de aliviar las heridas de tantos hermanos y hermanas, con el bálsamo de la misericordia y el aceite de la esperanza cristiana. Con el alma llena de alegría hoy, contemplando la vida y el ejemplo de la nueva beata venezolana, y su carisma que se transmite en su obra, a través de sus hijas, las Hermanas Carmelitas de la tercera orden carmelita en Venezuela, observamos que sobresale como una característica dominante, un verdadero y propio arte de consolar. En su simplicidad, la Madre Candelaria, ha vivido y nos propone, con toda su actualidad, una verdadera y propia teologia del consuelo. Así se explican los hechos de su vida cuotidiana que, aunque con un simple gesto, vivido siempre con su constate y ardiente oración y una fe viva y profunda, fue capaz de acercarse a tantos enfermos. Ciertamente era Dios que ha "consolado" por medio de ella.

Llama la atención, en los testimonios recogidos para su causa de beatificación, como en la Beata el amor a Dios fuese íntimamente unido con la caridad al prójimo. En efecto, desde muy joven se dedicó al servicio de los demás, en el cuidado de los enfermos o en la catequesis de jóvenes y adultos, en su maternal atención a las hermanas de su Congregación. Una vida consumida pasando horas y horas junto al lecho de los enfermos, hasta padecer hambre para poder dar de comer a los enfermos de un hospital y hacer difíciles viajes para buscar dinero para los hospitales.

Y así un año y otro año, siempre - y quizá sea ésta una de las características más atractivas de la Beata Candelaria - con una grande sencillez, sin dramas, siempre serena y dispuesta a escuchar, sin lamentarse jamás de las personas que le hacían difícil la vida del servicio cristiano. Una caridad que alcanzaba el heroísmo: como el quedar sin cama donde dormir, por haberla dado a un enfermo; preferir atender los enfermos más contagiosos o las personas enemigas de la fe, asistir con maternal dulzura las mujeres extraviadas que eran hospitalizadas. Su entrega total al prójimo era tal que, incluso los médicos más incrédulos quedaban maravillados de la generosa entrega de esta pequeña y sencilla hermana.

4. La Beata que hoy veneramos testimonia, con su entera vida que le amor sobrenatural es la base de la existencia, que solo el amor puede cambiar la vida del ser humano según sus exigencias más profundas y que el amor consiste en la entrega de sí mismo, superando las resistencias y los individualismos para realizar la divina voluntad.

La presente beatificación, manifestando este aspecto de la espiritualidad de la Beata Candelaria, nos invita a ser también nosotros, en la docilidad al Espíritu Santo, dispensadores de la "consolación" de Dios. La Beata Candelaria nos acompaña e invita a ocuparnos de los enfermos terminales, de los enfermos de SIDA, a preocuparnos por aliviar la soledad de los ancianos y las dificultades de tantas formas diversas de pobreza, a dedicar el tiempo necesario a visitar los hospitales. Y cómo no pensar en quienes se dedican a socorrer a los niños, víctimas de atropellos y abusos de toda clase. También se han de defender los derechos de las minorías amenazadas, como algunas poblaciones indígenas de América Latina, y ser la voz de quien no la tiene. Pero su testimonio, el que más me interesa que llegue a cada uno de nosotros y a cuantos en el futuro encuentren la elocuente lección de la Beata Candelaria, además de los valores morales, que son grandes, es aquello que está en su origen.

Me refiero a la presencia viva y operante de Cristo Resucitado en ella, que se manifiesta palpable en su caridad sin límites. En este sentido, la beata que hoy ha sido elevada al honor de los altares, pertenece a esa multitud de cristianos y cristianas que manifiestan y muestran con fuerza la presencia de Cristo al hombre y a la mujer de hoy, peregrinos, que a veces olvidándose de la meta, caminan sin orientación.

En el Evangelio de hoy, Jesús dice a los apóstoles que pedirá al Padre de enviarles el Espíritu Consolador, para que siempre permanezca con ellos. Y este "permanecer" del Espíritu en nuestro corazón, "nos trasforma en Cristo", haciéndonos en el mundo, y en la historia, es decir en la sociedad de hoy, en el ambiente concreto en el que vivimos, su Presencia viva y testimonio creíble. Esto sucedió en la Madre Candelaria y puede suceder en nosotros. El Espíritu forma en nosotros a Cristo y nos hace sus imitadores en nuestro tiempo y durante toda nuestra vida, nos lo recuerda el Santo Padre: "en el inicio del ser cristiano no hay una decisión ética o una grande idea, sino el encuentro con un hecho, con una persona que da a la vida un nuevo horizonte y con esto la dirección definitiva.

La santidad de vida de esta flor de Venezuela, que es la Madre Candelaria, uno de los frutos eminentes de la historia del catolicismo en Latinoamérica, nos afirme en la experiencia también descripta por Benedicto XVI al principio de su pontificado: "no hay nada más bello que ser alcanzados, sorprendidos por el evangelio, por Cristo. No hay nada más bello que conocerlo y comunicar a otros nuestra amistad con El".

Por lo tanto, mientras nos alegramos por la Beatificación de la Madre Candelaria, y damos por ello gracias a Dios, dejémonos sorprender por el Evangelio y hagamos de Cristo la razón de nuestra vida.

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